Es agosto y en la azotea hace calor. Da el sol durante todo el día así que nos quitamos la camiseta. Abrimos la silla de plástico y encendemos la maquinilla. Puede parecer banal pero hace falta mucha confianza para dejar a alguien a cargo de tu pelo. Y mucho amor. Con ellas hay de sobra. En la azotea no nos ve nadie, podemos hablar, mirarnos, no taparnos las tetas y mirar desde arriba. El cuerpo se relaja y se destensa cuando está entre cuerpos parecidos. Las piezas encajan y las diferencias se compensan. La guardia se baja y te sientes bien. Me gusta cortarles el pelo y raparlas, dejarlas y que me dejen perfecta. Es como enfocar su imagen, haciendo que sean ellas, nítidamente. Lo hacemos en la azotea para no manchar dentro. Los pelos pequeños son más difíciles de recoger, así quedan en la azotea. Y se los lleva el viento.

